Causatus Mentis

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άρθρο

In έφορος on 28 28America/Mexico_City febrero 28America/Mexico_City 2014 at 8:10 PM

El calor intenso ha comenzado a modificar los enlaces químicos de la masa, aglomerando su estructura y cambiando su apariencia, desprendiendo gases  y vapor en el proceso; la exótica mezcla de moléculas volátiles comienza a viajar por el ambiente, estimulando el olfato de los transeúntes que pasan fuera de la tienda. Al leer el párrafo descrito, es posible que, mentalmente, hayamos podido recrear la escena, tan sólo basta recurrir a buscar los elementos descritos en dicho enunciado en ese basto almacén en dónde guardamos la información correspondiente a algunos de los tantos estímulos que más nos han impresionado y se han quedado archivados en nuestra memoria. Como si de una eficiente oficina sin burocracia se tratase, rápidamente los archivos son encontrados y el aroma de vainilla con azúcar y masa cocida en forma de nuestro panecillo o galleta favoritos han hecho aparición en nuestra mente, evocándolos y, tal vez, despertando el deseo de comerlos.

Como si de un curador hábil se tratase, la memoria almacena y cataloga en el museo de la mente una cantidad incuantificable de información de lo más variado, sin discriminar lo irrelevante de lo vital, cómo si fuese una enorme red lanzada al océano en busca de atrapar lo que se cruce en su camino, aunque claro, una red no puede retener todo, hay cosas que irremediablemente escaparán entre los espacios del tejido, dejando apenas un rastro, si se tiene suerte, de su existencia.

Por supuesto que, como en todo museo, habrá piezas más valiosas que otras, y nuestro curador procurará preservarlas de la mejor manera y las tendrá presentes el mayor tiempo posible, aunque no todas las obras en forma de recuerdos serán agradables, pero la memoria por alguna extraña razón desea preservarlas, incluso, casi de una forma malévola las exhibe nítidas y de manera constante cuándo lo que deseamos es lo contrario, guardarlas, almacenarlas en las bodegas más profundas del olvido. Pero la memoria no es malintencionada, ya que la constante exposición a ese recuerdo doloroso, lamentable, incómodo, nos estimula a superar la adversidad, nos enseña a darnos cuenta de qué estamos hechos, encendiendo la chispa inicial de poder avanzar, de dar vuelta a la página y seguir adelante.

Pero la memoria no es infalible, en ocasiones la tarea de preservar los recuerdos puede verse enturbiada por el dueño del museo, alterando las obras de manera inconsciente, añadiendo, suprimiendo o alterando elementos, reconfigurando el recuerdo, en ocasiones como elementos de otros momentos. El tiempo también es un factor que, irremediablemente, diluye de manera inexorable lo que la memoria trata de preservar, desvaneciendo el único remanente de un momento único e irrepetible en el tiempo y el espacio, cómo una exhalación en la niebla. Pero aquello que nuestra memoria conserva y se rehúsa a perder, recuerdos gratos, malos, interesantes, exóticos, extravagantes, desde la infancia hasta el momento actual, son momentos que, si bien ya no existen al ser pasado, nos recuerdan quiénes somos, de dónde venimos, y nos impulsan hacia lo desconocido, a vivir momentos que sean dignos de permanecer en nuestro museo personal de la memoria, de ser preservados, porque no importa que exista un registro en piedra, libro, música, ya que no son los estímulos ni la percepción sino la impresión mental lo que se enciende como una vela en nuestra memoria, ardiendo, iluminando y recreando emociones en nosotros, y sólo es hasta que la mente deja de existir que los momentos se habrán ido para siempre.

>Tilo